jueves, 9 de octubre de 2008

... de la cotidianeidad

Suena la alarma; cobro consciencia.
Pretendo que mis reflejos y la costumbre me ayuden a callar el sonido sin abrir los ojos.
Despues hay silencio... hasta que se ve interrumpido por mi suspiro.
Le doy la espalda al reloj.
Diez o quince minutos despues me doy cuenta que aun sigo acostado cuando abro los ojos en la obscuridad.
Comienzo a caminar hacia el interruptor de la luz y a mitad del camino me devuelvo a mi cama; me dejo caer pesadamente y tomando las cobijas me cubro hasta la cabeza que tenga clavada en la almohada.
No puedo hacer otra cosa mas que quejarme en voz alta: "No quiero ir a trabajar"...
Nadie responde; y aunque eso tal vez habria de darme animo, resulta en todo lo contrario.
Me doy vuelta y aun cubierto por las cobijas cierro los ojos tan fuerte como puedo.
Aun nadie responde.
Me doy cuenta que la unica diferencia entre mi etapa de niño y de adulto son los deseos a los que encuentro respuesta; si deseaba endeudarme cuando era niño no habia quien prestara atencion pues jamas tuve dinero, ahora haria feliz a algun vendedor por comisiones; si no deseaba levantarme cuando era niño, encontraba palabras de aliento, ahora solo silencio.
Pienso en eso por algunos minutos hasta que sé que el desanimo se ha convertido en depresion.
Por fin me levanto.

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